Irse a la cama con la agridulce sensación que se le queda a uno después de haber llorado como un condenado por haberse emocionado con el Nocturno Nº 9 de Chopin, que se te pasen durante los 4 minutos que dura los anteriores ocho meses por la cabeza y te maldigas por no haber acumulado las clases de ballet (a las que no te dió la gana de ir porque te daba pereza) en tu interior y así poder saborearlas ahora y que no te de la odiosa sensación de que aquello ya está lejos y ya no eres capaz ni de encajar unas quintas.
Irse a la cama con la agridulce sensación que se le queda a uno después de haber llorado como un condenado por haberse emocionado con el Nocturno Nº 9 de Chopin pero teniendo a alguien al lado que te lleva dando durante 8 ocho meses los mejores abrazos y sabiendo que aunque se vaya siempre podrás ir a Ferrol a por uno de esos por mucho que pase el tiempo, pero, por si acaso, estos si que te los guardas en tu interior y no los olvidas.
Irse a la cama con la agridulce sensación que se le queda a uno después de haber llorado como un condenado por haberse emocionado con el Nocturno Nº9 de Chopin sabiendo que sólo te quedan dos semanas para admirar a Martin y su filosofía de vida que te demuestra todos los días con ese cariño que sabes que te tiene pero que no lo demuestra porque él si que no da abrazos.
Irse a la cama con una agridulce sensación porque sabes que los vas a echar jodidamente de menos pero con la seguridad de que si los necesitas van a estar ahí.